lunes, 15 de junio de 2015

Graciela (1956)

Elsa Daniel, ingénue del Nuevo Cine Argentino

Adaptación libre de la novela Nada, de Carmen Laforet, Graciela es Elsa Daniel, una muchachita provinciana que llega al Buenos Aires de la posguerra para vivir con su abuela y sus tíos, y estudiar Filosofía y Letras. El inconveniente es que la antigua familia Aliaga, que reside cuasi aislada y en permanente conflicto bajo el mismo techo altísimo de una mansión derruida, está conformada por seres infelices, violentos, aun casi fantasmales en sus hábitos y horizontes. La resignada --y resignación es la palabra clave en este filme-- abuelita de Graciela no puede sino lamentar el inesperado fin de un pasado que jamás floreció, ante la amargada Angustias (“tía Angustias”, le conmina, inhospitalaria, a la recién llegada), una solterona para quien Baudelaire, Camus o Guy des Cars son indistinta bazofia; el airado y aciago Juan, un pintor en perpetuas horas bajas cuya mujer, Gloria, parece una esforzada Marilyn porteña; y Román (Lautaro Murúa), una vez prometedor concertista de piano, ahora cínico seductor de mujeres a quienes chantajea y desprecia no tan secretamente. Todos personajes dobles, enmascarados por no ver el letal reflejo en el espejo inevitable de la realidad. La ambigua atracción entre Graciela y Román --que nos recuerda un tanto la de Jane y Rochester, aunque el libro de Laforet fue comparado más bien con Wuthering Heights-- será la línea que conduzca una trama visualizada en momentos de genuina emoción y aun con esa poesía de la que es capaz Torre Nilsson con su cámara caligráfica y su envolvente manera de revelarnos los recovecos de su universo folletinesco --en el sentido más noble de “folletín”: el de Dickens y Dostoevski--, pintado con penumbras y ángulos expresionistas y románticas evocaciones. Pero Graciela carece del misterio y de la magia del realizador de La casa del ángel, lo cual al menos la signa como un privilegiado melodrama. 3/5

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