miércoles, 16 de febrero de 2011

Pánico en las calles (1950)



Filmada en New Orleans, con gente local como extras, y con actores en su mayoría desconocidos --haciendo excepción de Richard Widmark, por ejemplo-- cuyas figuras y expresividad comunican fácilmente el realismo dramático que caracteriza a Kazan, el fundador principal del Actors Studio. La cualidad documental de Pánico en las calles sólo es comparable a su electrizante ritmo interno, combinación al servicio de una puesta en escena plena de un suspenso sui géneris: escalofriante por su ambigüedad estilística, no se trata de un film noir ni de un thriller policial ni de una obra de tesis, sino de una suma que va más allá. Kazan consigue así la que es probablemente su narración más cinematográficamente autónoma en el sentido menos "de autor" que pueda hallarse en su legado. Sin embargo, noten la imagen inicial de los jugadores de poker, el soberbio pasaje del marinero y su mujer, y la secuencia final del puerto. Ideal Jack Palance, a quien acompaña Zero Mostel en esta escena inicial.

martes, 8 de febrero de 2011

La pobredumbre humana

El dinamismo de los encuadres, la uniformidad de las actuaciones, la sutileza de los diálogos, el retrato (bastante digno) de la gente de color, el contraste de las caracterizaciones y su efectividad dramática: esta colaboración entre William Wyler y Bette Davis aventaja a Jezabel (Oscar a la Mejor Actriz de 1938) con mucho, aunque habría que admitir que ésa era una película muy distinta de La loba (1941). Ésta cuenta con una capacidad envolvente que resulta en una experiencia más satisfactoria aun. Su fuerza expresiva es indudable; sin ella su mensaje habría perdido acaso lo esencial en el camino. Tal vez, precisamente, el realismo de aquella feliz metáfora --uno de los hallazgos visuales de Gregg Toland tras la cámara-- en que los hermanos de Davis, advertidos a través de una amplia ventana, acuden al encuentro de su noble cuñado iguales a buitres hambrientos. En la escena a continuación, Davis ofrece una muestra de la maldad sin fisuras de Regina Giddens, una de las malas más malas de toda la historia del cine, en compañía de Herbert Marshall como su esposo.