martes, 20 de agosto de 2013

El bombero atómico (1952)

 ♪ María Cristina me quiere gobernar... 

Aprovechando la herencia universal de Chaplin --para quien Cantinflas era el mayor cómico del mundo-- y, por tanto, de Dickens, la superestrella mexicana filmó este convencional, minucioso, peculiar trozo de artesanía industrial. No obstante, el arte del actor brilla en determinados instantes, aunque Carlos Monsiváis no estuviese de acuerdo con nuestra declaración. Sobre una idea del propio Mario Moreno, la película se inicia como una variación de la dickensiana The Kid (1921), para poco después, y de manera algo abrupta e inesperada, transformar al improvisado valiente del título en el ya casi legendario Patrullero 777, azote del hampa menos escrupulosa del Distrito Federal. La escena más virtuosa, sin embargo, es acaso aquélla en la cual un Cantinflas disfrazado de avezado matón se pone a bailar con una guapa chica de gánster: no es que la destreza física del bufo haya envejecido mejor que su disparate verbal, pero, al menos, en esta película sí que resiste la comparación.

viernes, 9 de agosto de 2013

Le fantôme de la liberté (1974)

Buñuel, el cineasta libertario por antonomasia, entre dos de sus admiradores, Carlos Fuentes y Julio Cortázar

Detrás del título, enigmático hasta el final, Buñuel acoge una de sus visiones más demoledoras acerca del movimiento circular de la historia, un devenir humano que es cíclico y, por ende, de trágica repetición. Los episodios se hallan unidos por ciertos personajes que transitan de uno a otro, y el absurdo de la vida en este mundo es, una vez más, el objetivo cuasi militar del surrealista más militante del cine. No obstante, en su sistema de inversión totalizante --no sólo revelador luminoso del ridículo orden establecido, sino transgresor oscurantista de las propias convenciones estéticas--, en su (in)vocación de una lógica irracional estricta, se trata posiblemente del filme menos característicamente buñueliano: sus imágenes sufren una distorsión (el personalísimo tema de la niña-mujer se transforma e inspira la escena del paidófilo que recuerda a M, inclusive la del sobrino y su tía amada en una variación opuesta de las asimismo insistentes relaciones tipo mujer joven-hombre maduro, por ejemplo) que las proyecta no sobre un espejo, sino como los elementos de un mecanismo de fotografía en el momento mismo de reproducir la realidad: casi todo se ve, no como un negativo, sino patas arriba; casi todo, porque, pese a un discurso resignadamente libertario que se vuelve inevitablemente contra sí mismo, Buñuel, el gran dinamitero de la hipocresía social en todas sus formas, no puede tampoco dejar de advertirnos de la solitaria y fugitiva, imposible esperanza que acarrea el futuro. (Éste, como para rematar su condición de afirmación, llegó en la forma de la siguiente y testamentaria película del artista, aquel Obscuro objeto del deseo con el cual adaptaría, finalmente, otra de esas turbulentas novelas a las que era tan afecto este goyesco poeta audiovisual, cuyo sentido del humor --aun por encima de la vena sacrílega consagrada en la insuperable L’âge d’or-- es mayor de lo que el cronista deja entrever.)