viernes, 31 de enero de 2014

La puerta y la mujer del carnicero (1968)


En el espíritu de las "antologías" de aquellos tiempos --la internacionalmente nominada Spirits of the Dead es aun del mismo año--, el truncado largometraje mexicano que nos ocupa se halla dividido en dos películas bastante diversas en cuanto a su longitud y calidad. La mejor escrita y dirigida entre ambas fue obra de Luis Alcoriza, el guionista de El ángel exterminador (1962), con la cual abunda en los mismos leitmotivs conceptuales y visuales sobre la alta burguesía y su metafísico proceso degenerativo. Poco más que una adaptación o traducción de The Twilight Zone, no obstante una efectiva, La puerta describe una multitudinaria reunión social y la separación que impone entre sus invitados: los jóvenes se divierten en el jardín nocturno de la casa, silenciados al compás de una música rock diabólica (en una asociación de ideas que recuerda al Simón del desierto buñueliano), mientras que sus padres departen más tranquilamente en la sala. Observaciones admirativas de los hijos (quienes aparecen todos aislados como en una pecera anquilosante inspirada en The Graduate, del año anterior) dejan paso a disquisiciones superficialmente profundas acerca del azul celeste en la pintura, hasta que uno de ellos abre una puerta cualquiera, descubriendo un recóndito pasillo en cuya penumbra la figura desconcertante de un hombre grande y aparentemente desnudo se tambalea hacia el interior de la sala cada vez que la tal puerta es abierta. Los demás adultos no saben qué hacer, y cuando ya han empezado a sucumbir a un colectivo pánico sus retoños toman el escenario con la sonrisa desafiante de la ignorancia.

Sin las virtudes de relativa concisión y sutil manejo de las reglas del género terrorífico que otorgaron al episodio inicial una textura decente y una conclusión intrigante a lo menos, La mujer del carnicero (dirigida por Chano Urueta y el productor Ismael Rodríguez) es protagonizada por un esperado Ignacio López Tarso --actor del fantasmagórico Juan Rulfo en el Pedro Páramo de 1967--, pero se beneficia más bien del oficio consumado de la erectora Katy Jurado, cuyo rotundo erotismo hace de su personaje una mujer fatal irremediable en medio de esta divagante historia de mezquinas ambiciones lastrada a causa de su inferior factura técnica e, incluso, artística. Por lo demás, curiosamente la película de 59 minutos sugiere alguna tendencia surrealista y Narciso Busquets, en el rol de un coronel de la Revolución, asegura que es ateo... gracias a Dios --al cura interpretado por el propio Urueta! ***/*****

           

viernes, 17 de enero de 2014

The Runaways (2010)


Basada en las memorias de Cherie Currie, Neon Angel, la película de Floria Sigismondi fue, además, producida por Joan Jett: quien se aproxime a este retrato profundo y parcial, atmosférico y desprolijo, inexacto y nostálgico de una de las bandas genéricas más esenciales e influyentes en la historia del rock 'n' roll buscando la última palabra o los entresijos de la crónica, quizá sea mejor que no se asome al interior de una suerte de elegía a la inocencia femenina rodada en un tono que la emparienta con The Doors (1991). Se trata sin duda de una cinta firmemente anclada en la actitud iconoclasta de sus protagonistas, pero también de una confesión sin más concesiones que las de la imaginación acerca de los sueños rotos de toda una generación; no es sólo una cápsula retro de energía canalizada a través de la música, sino que, como en una obra de Antonioni, Sigismondi ha sido capaz de aun transmitir la sensación del tránsito real del tiempo --un tiempo que así deja ya de ser cronología muerta para convertirse en la existencia personal de unas púberes que no tardan en marchitarse dentro de esa lentitud particularmente vacía, ese teenage wasteland finalmente trágico. El reparto incluye a Michael Shannon en brillante creación como el megalómano Kim Fowley, a Dakota Fanning en el papel de Currie, y, especialmente, a la nunca suficientemente valorada Kristen Stewart, quien aquí parece servirse del reputado icono feminista que interpreta para enseñar el dedo cordial a los opresores de nuestra cultura.