domingo, 29 de noviembre de 2015

The Da Vinci Code (2006)

Robert Langdon, simbólogo de Harvard, y Sophie Neveu, criptóloga, en busca del Santo Grial

Ese viejo adagio de que el libro es mejor que la película tiene aquí un buen ejemplo --no superior al de Der Tod in Venedig Vs. Morte a Venezia, pero igual de válido. Especialmente bueno ya que se trata de una superproducción típicamente mediocre (como tantas avaladas por el sistema de Hollywood), pero decente en su adocenamiento, con muchos de los elementos de interés que propulsaron, con legitimidad, su concepción apareciendo, al menos, durante algunos segundos. La fascinante novela base de Dan Brown, aquel inmenso e inmensamente polémico best-seller, prometía un blockbuster para el recuerdo a aquellos lectores que, absortos en su intriga de museos sangrientos y símbolos ancestrales, sociedades secretas y complots del Opus Dei, olvidaron el poder de la imaginación solitaria.


Ron Howard, haciendo el meritorio trabajo sucio del hack bajo la más alta de las presiones, apresura demasiado el ritmo (ya de por sí raudo, kinético, cinemático, en el texto original, dotado de una inmediata estructura "fílmica"), y pierde el paso, en su desesperación por meter en el saco del metraje todas las escenas que en la novela parecían, exactamente, carne de taquilla. El resultado es bastante lamentable, pues, si bien aun el guión de Akiva Goldsman se sostiene a duras penas y la realización --con Howard en la silla de director, ¿cómo no?-- luce profesional y solvente (otro mirífico score de Hans Zimmer, incluido), esta adaptación del de sumo brillante thriller literario --y el mismo Brown, quien además tiene cameo de obligación, ejerce de productor ejecutivo-- peca de genéricamente superficial: la acción golpea aturdiendo al espectador antes de que éste se dé cuenta de su solución (de continuo, ¡con ayuda de flashbacks!), y el misterio minucioso, cuyo embeleso primero reside en sus raíces cultas y místicas, que informa las páginas de la novela se pierde en el viento como el dinero de aquella maleta abierta gracias a la incursión de un pequeño amigo al final de The Killing. Por supuesto, Kubrick hizo en Eyes Wide Shut la película sobre sociedades secretas que Howard, un artesano muy respetable, ni se atrevería a soñar jamás. (De todas maneras, la secuencia final de The Da Vinci Code es una despedida tan digna como ridícula fue la escena de la orgía en Perfume, adaptación más fallida de un aun mejor libro.)


Del (equívoco) reparto: Audrey Tautou está a la bajura de las circunstancias, Ian McKellen es un malo sólo un poco menos cantado que Stellan Skarsgard, y Tom Hanks es Tom Hanks, es decir, excesivamente grande, desmedido, errado (y errante) --aunque nos guste mucho su juvenil corte de pelo. La química entre Tautou y Hanks, inexistente. Jean Reno sonambulea; Alfred Molina, lo mismo. Hay, sí, una (tristemente, por fuera de lugar) correcta actuación: la de Paul Bettany como el albino y brutal, fanático asesino del Opus, Silas... Pero la abismal villanía de la comunidad católica, trágica en la novela, es desaprovechada en un film donde todo es redoblada velocidad y tenebrosa confusión, y a veces cruzar los dedos ante el hermoso paisaje de la naturaleza y del arte. 3/5