viernes, 13 de septiembre de 2013

Horror of Dracula (1958)


A partir de un poco menos que revolucionario guión de Jimmy Sangster, la británica Hammer Films instauró definitivamente su reinado en el género de horror --anticipado en la ya igualmente magistral The Curse of Frankenstein del año previo-- con una fabulosa adaptación de la genial novela de Bram Stoker que lograría suplantar a Bela Lugosi (imponente intérprete del clásico Universal de 1931) con Christopher Lee como el Conde Dracula en el imaginario colectivo mundial. La película, dirigida por el romántico Terence Fisher, reúne a Lee con su colega de Frankenstein (también de Fisher y Sangster), el excelso Peter Cushing como el Dr. Abraham Van Helsing, en un verdadero duelo actoral que refleja aquél de sus contrapartes ficticias: Lee recupera para su personaje la naturaleza de aciago primitivismo explorada en el espeluznante trabajo de Max Schreck (Nosferatu, 1922), pero sus ojos inyectados de indecible crueldad y su virulenta depredación sexual --lejos de la aristocrática galanura hipnotista de Lugosi-- transforman a su bestial príncipe de las tinieblas en una inmediatamente detestable (por fiel al modelo) y finalmente antológica representación satánica, en la línea de otras tan excepcionales como cualquier aparición del abismal Iago shakespeareano en el ecran. Así pues legítima recreación de la victoria apocalíptica del Bien sobre el Mal, la imprescindible Horror of Dracula contiene (entre tantas otras virtudes y escenas), por consecuencia, una de las secuencias de cierre más climáticas y fascinantes en toda la historia del cine, triunfo acaso no menor.