martes, 8 de febrero de 2011

La pobredumbre humana

El dinamismo de los encuadres, la uniformidad de las actuaciones, la sutileza de los diálogos, el retrato (bastante digno) de la gente de color, el contraste de las caracterizaciones y su efectividad dramática: esta colaboración entre William Wyler y Bette Davis aventaja a Jezabel (Oscar a la Mejor Actriz de 1938) con mucho, aunque habría que admitir que ésa era una película muy distinta de La loba (1941). Ésta cuenta con una capacidad envolvente que resulta en una experiencia más satisfactoria aun. Su fuerza expresiva es indudable; sin ella su mensaje habría perdido acaso lo esencial en el camino. Tal vez, precisamente, el realismo de aquella feliz metáfora --uno de los hallazgos visuales de Gregg Toland tras la cámara-- en que los hermanos de Davis, advertidos a través de una amplia ventana, acuden al encuentro de su noble cuñado iguales a buitres hambrientos. En la escena a continuación, Davis ofrece una muestra de la maldad sin fisuras de Regina Giddens, una de las malas más malas de toda la historia del cine, en compañía de Herbert Marshall como su esposo.

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