lunes, 3 de junio de 2013

Lilith (1964)

¿Caerá “Vincent Bruce” en la telaraña de Jean Seberg?

Como su título indica, este film de Robert Rossen puede ser visto como una parábola del destructivo poder de la feminidad. No obstante, la premisa básica de su argumento --un joven ex soldado, marcado por el legado de una madre posiblemente esquizofrénica, busca trabajo en un asilo psiquiátrico para gente rica, y ahí conoce a una seductora interna, poseedora de un mágico mundo interior-- es lo suficientemente oscura, como impredecibles resultan sus poéticos recovecos, y el espectador finalmente se halla sumergido en un estudio de personaje singular como pocos. Momentos de íntimo dramatismo y otros de soterrada violencia configuran una sutil pero a la vez sugerentemente aterradora lectura, en ocasiones entre líneas como en otras no, de un sueño de la razón demasiado familiar, próximo. En el reparto destacan ambos protagonistas, sobre todo el para siempre subestimado Warren Beatty, que después de su debut a las órdenes de Kazan en Splendor in the Grass (1961) se confirma aquí, en otra potente labor interpretativa. Lo acompañan, además, su hermano en la revolucionaria Bonnie and Clyde (1967), Gene Hackman, y Peter Fonda, antes de soltarse el pelo y salir a la carretera a cambiar definitivamente la doble cara del cine americano en Easy Rider (1969), como el sensible y platónico Steven. La fotografía de contrastes plateados, entre el realismo y la realidad de los sueños, se trenza con el tono delicado y sombrío de una estampa humana casi susurrante, preñada de fantasmas del pasado.

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