¿Caerá
“Vincent Bruce” en la telaraña de Jean Seberg?
Como su título indica, este film de Robert Rossen puede ser
visto como una parábola del destructivo poder de la feminidad. No obstante, la
premisa básica de su argumento --un joven ex soldado, marcado por el legado de
una madre posiblemente esquizofrénica, busca trabajo en un asilo psiquiátrico
para gente rica, y ahí conoce a una seductora interna, poseedora de un mágico
mundo interior-- es lo suficientemente oscura, como impredecibles resultan sus
poéticos recovecos, y el espectador finalmente se halla sumergido en un estudio
de personaje singular como pocos. Momentos de íntimo
dramatismo y otros de soterrada violencia configuran una sutil pero a la vez
sugerentemente aterradora lectura, en ocasiones entre líneas como en otras no,
de un sueño de la razón demasiado familiar, próximo. En el reparto destacan
ambos protagonistas, sobre todo el para siempre subestimado Warren Beatty, que
después de su debut a las órdenes de Kazan en Splendor in the Grass (1961) se
confirma aquí, en otra potente labor interpretativa. Lo acompañan, además, su
hermano en la revolucionaria Bonnie and Clyde (1967), Gene Hackman, y Peter
Fonda, antes de soltarse el pelo y salir a la carretera a cambiar
definitivamente la doble cara del cine americano en Easy Rider (1969), como el
sensible y platónico Steven. La fotografía de contrastes plateados, entre el
realismo y la realidad de los sueños, se trenza con el tono delicado y sombrío
de una estampa humana casi susurrante, preñada de fantasmas del pasado.
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