Sumergido ya en pos de la niña-mujer buñueliana, he
tropezado con esta joya dirigida por Robert Altman como parte de Alfred
Hitchcock Presents. Similarmente a la homónima obra que el calandés estrenó en
1960, se trata de una brevísima pieza de estirpe lolitesca aún más auténtica si
cabe; la innovadora novela de Nabokov había sido publicada recientemente, en
1955, y la primera versión fílmica (a cargo de Stanley Kubrick) no vería la luz
hasta 1962. Empero, como desarrollo en mi flamante monografía universitaria, la joven de Buñuel es toda un animal de una especie muy
distinta, autóctona si se quiere del cosmos entomológico de un genialísimo
cineasta, por otro lado, destinatario (como sus pares Chaplin, Griffith,
Hitchcock) de la misma cultura paternalista condimentada de misoginia artística
y religión represiva. Fantasmas sexuales aparte --y se sabe que Hitch y el
surrealista compartían unos cuantos--, este episodio, de privilegiado visionado,
cuenta con el protagonismo ideal de la inquieta e inquietantemente hermosa
Carol Lynley (una verdadera adelantada de la onírica Sue Lyon), en un cuento
negro diestramente conducido por Altman, futuro autor de algunas de las
películas mayores del cine americano de los setentas (entre ellas, y escojo con
premura, la estilísticamente inaugural M*A*S*H y la sinfónica, virtuosa e
imprescindible, cada metro de ella, Nashville). Altman, quien en 1977 tomaría
la pretenciosidad de Persona y la transformaría en el críptico existencialismo
de 3 Women, parece inspirarse ya en Bergman (Sommaren med Monika) para hacer
germinar esta mala semilla, una quinceañera artera, distante y calculadora como
la peor femme fatale (rubia como ella en Hitchcock) que maneja a su antojo los
hilos de las marionetas masculinas a su alrededor: su patético novio
adolescente, según el modelo impuesto por el mito de Jimmy Dean (al que Altman
dedicó un documental ese mismo año, y Come Back to the Five and Dime, Jimmy Dean, Jimmy Dean en 1982), y el errabundo “extranjero” --visitante de
otro estado en aquel pueblito olvidado--, peligroso y atractivo (Vince Edwards,
el amante de la también fatal Marie Windsor en The Killing). Por supuesto, se
trata de una pequeña Lilith, pero también de lo que somos capaces de hacer para
escapar de nuestras respectivas trampas, un tema
hitchcockiano admirablemente esbozado en esta síntesis televisiva.
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