miércoles, 20 de marzo de 2013

Jamaica Inn (1939)


En una intrincada costa de las islas británicas, un perturbado aristócrata lleva a cabo elaborados ataques de navíos mercantes con la mano de obra barata de un puñado de abigarrados criminales, todos ellos uniformemente ignorantes de su verdadera situación. Hitchcock realizó este típicamente notable thriller antes de aceptar la invitación de David O. Selznick y partir hacia América a filmar Rebecca (1940); su más próximo rodaje en el Reino Unido será el de Frenzy (1972). Otro gordo extraordinario, el actor Charles Laughton, interpreta al villano hitchcockiano (principesco, suave, a veces obsesivo y otras con un margen autodestructivo, y diríase siempre ambiguo sexualmente) con gusto particular: el contrabandista que incorpora cree en su propia superioridad nobiliaria como aquel elemento que lo aparta de los demás, sus inferiores, aquellos que nunca sabrán lo que es Byron o tener un gusto exquisito en lo que a mujeres se refiere; oh, es también su aristocracia de cuna la que le da el derecho de la vida sobre todos, y nadie puede protestar su impunidad. (Su título de Juez no hace más que subrayar su parentesco cercano con el Capitán Bligh de una cierta Bounty.) Debut de la hermosa pelirroja Maureen O’Hara a los 18 años de edad y en blanco y negro de época, que Hitchcock aprovecha para hacer guiños al Dracula de Tod Browning o al Nosferatu de Murnau, a las Cumbres borrascosas de Emily Bronte en cualquier temprana versión --y a un material gótico-romántico en general de cabecera a la hora de rodar films como Under Capricorn (1949) o la tan próxima, esencial Rebecca (como Jamaica Inn, basada en una novela de Daphne Du Maurier)-- y adelantarse a las inéditas tensiones domésticas de A Streetcar Named Desire y la recreación folletinesca de Oliver Twist por David Lean. Aun el espíritu de los piratas de Stevenson merodea esta posada maldita que el mago del suspenso habita de misteriosa ominosidad.

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