En una intrincada costa de las islas británicas, un
perturbado aristócrata lleva a cabo elaborados ataques de navíos mercantes con
la mano de obra barata de un puñado de abigarrados criminales, todos ellos
uniformemente ignorantes de su verdadera situación. Hitchcock realizó este
típicamente notable thriller antes de aceptar la invitación de David O.
Selznick y partir hacia América a filmar Rebecca (1940); su más próximo rodaje en el Reino Unido será el de Frenzy (1972). Otro gordo extraordinario, el
actor Charles Laughton, interpreta al villano hitchcockiano (principesco, suave, a veces obsesivo y otras con un
margen autodestructivo, y diríase siempre ambiguo sexualmente) con gusto particular: el contrabandista que
incorpora cree en su propia superioridad nobiliaria como aquel elemento que lo
aparta de los demás, sus inferiores, aquellos que nunca sabrán lo que es Byron
o tener un gusto exquisito en lo que a mujeres se refiere; oh, es también su
aristocracia de cuna la que le da el derecho de la vida sobre todos, y nadie
puede protestar su impunidad. (Su título de Juez no hace más que subrayar su
parentesco cercano con el Capitán Bligh de una cierta Bounty.) Debut de la
hermosa pelirroja Maureen O’Hara a los 18 años de edad y en blanco y negro
de época, que Hitchcock aprovecha para hacer guiños al Dracula de Tod Browning
o al Nosferatu de Murnau, a las Cumbres borrascosas de Emily Bronte en
cualquier temprana versión --y a un material gótico-romántico en general de
cabecera a la hora de rodar films como Under Capricorn (1949) o la tan próxima,
esencial Rebecca (como Jamaica Inn, basada en una novela de Daphne Du Maurier)-- y adelantarse a las inéditas tensiones domésticas de A
Streetcar Named Desire y la recreación folletinesca de Oliver Twist por David
Lean. Aun el espíritu de los piratas de Stevenson merodea esta posada maldita
que el mago del suspenso habita de misteriosa ominosidad.
miércoles, 20 de marzo de 2013
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