Igual de fascinante que Garbo como
Christina de Suecia o Marlene Dietrich en Morocco, la Doña personifica a un
caballero de Nueva España que arriba a Trujillo, Perú, huyendo de un destino
casi de cuento de hadas: su tía es una bruja que, fallecido el padre de
Catalina (Félix), pretenderá hacerse con la herencia, e, inclusive, el prometido
de la huérfana para su hija. La característica particular de Catalina, ahora
conocida por el nombre de Don Alonso, es su feminidad no suprimida pero acaso
un ápice reprimida, encauzada desde pequeña en la complacencia de su progenitor (un
orgulloso hidalgo que la quiso de su propio género) a través de la educación
en la esgrima, la equitación y otras artes de la varonía en esos tiempos
agitados de la Colonia. Sin la estupefaciente Doña este relato curioso no sería
mucho o nada, pero notemos además su guión castizo e intrigante --aunque
predecible--, y la bienhumorada dirección con temple de swashbuckler. 3.5/5
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