Tom Cruise, prácticamente sin una pizca del engreimiento
de pretty boy que le valió el prejuicio crítico pero también el favor del
público internacional desde Top Gun (1986), y el recordado Tony Scott, director
de ésta y de la sobresaliente, tarantiniana True Romance
(1993), se reúnen para la cinta que alguien tachó de “Top Gun on wheels”, y no
obstante se trata de una visión desglamorizada (y nada melodramática en
comparación) del circuito automovilístico de competición --aunque, todo hay que
decirlo, sin la emoción ni el gancho, precisamente, del irresistible folletín
aéreo. Acompaña a la superestrella un Robert Duvall que se las arregla para
hacer que sus escenas casi parezcan de otra película: tanto las eleva; Michael
Rooker, el inolvidable monstruo de la depresiva Henry: Portrait of a Serial
Killer, funge de combinación del Iceman de Val Kilmer y el Goose de Anthony
Edwards; además aparece por ahí un joven John C. Reilly, antes de Paul Thomas
Anderson; y la flamante importación australiana que era entonces la alta
pelirroja Nicole Kidman, pronta a convertirse en la segunda Sra. Cruise (tal
vez la razón por la cual se le nota un poco incómoda en su ornamental papel en
pantalla). No es Grand Prix (1966), más bien todo lo contrario, pero se deja
ver sin ilusiones.
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