miércoles, 22 de agosto de 2012

La voie lactée (1969)


Ni cinta de anticipación científica ni épica religiosa, La vía láctea es el sendero enigmático a lo largo del cual uno de los genios de la cinematografía mundial de todos los tiempos nos hace, más que testigos, partícipes de algunas de sus obsesiones teológicas, sobre todo con respecto de la figura de Cristo, cuya identidad aquí es objeto de un escrutinio ya en germen como la culminación explosiva del sádico sketch que cierra la primera obra maestra buñueliana, L’âge d’or (1930). Un guión de Jean-Claude Carrière que acumula apostasías, herejías y datos históricos pertinentes, nos trae al recuerdo aquel tapiz inigualado a propósito del tema que Umberto Eco crea en El nombre de la rosa; la vía de Buñuel no es la épica o la historia, sino el discurso filosófico (sin la tentación de la erudición ni mucho menos la pedantería): donde Eco sería un cronista borgesiano, el aragonés se revela como un dramaturgo cervantino. Entre su privilegiado dramatis personae, Michel Piccoli recupera a Sade o, con la precisión de la ambigüedad, Claudio Brook a Simón el estilita, en una road movie de a pie que une Francia y España, el campo y la ciudad, la fe y la incertidumbre menos oportuna a la mirada asimétrica lograda a navaja recién afilada y al oído discriminante (acaso con aparatico de audición listo) del cinéfilo de humilde disposición.

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