Durante
su mejor período, aquél hablado en su propio idioma con acento mexicano, Buñuel
no sólo hizo Los olvidados o Él, sino que también creó películas en apariencia
menores como El río y la muerte y (acaso) La hija del engaño, e incluso otras
en donde la anécdota es lo que cuenta y el surrealismo es más difuso sin dejar
de existir. Una de éstas, la cual nos ocupa, describe una situación familiar límite
en un pueblo de pobres granjeros: la anciana madre agoniza, y sus hijos mayores
ya se están disputando los bienes que ella tiene reservados a su pequeño
hermano menor, para quien aspira una vida profesional, ajena al analfabetismo y
la miseria. El tercero de los hijos, un muchacho de buena voluntad que acaba de
casarse, intentará ayudar a la anciana en su objetivo, pero el necesario viaje
en ómnibus encontrará muchos obstáculos y paradas, en particular ante las
curvas peligrosas de Lilia Prado, más arriesgadas que ninguna de la subida
montañosa del título.
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