Esta versión de la breve y fulgurante historia del mítico Dean, aun en su tendencia hacia el simplismo (que no simplicidad) y el exceso melodramático, posee un ritmo bien llevado y sobre todo un certero dramatismo, oportunamente temperado por el entrañablemente infantil humor de su legendario protagonista. El director Rydell conoció personalmente al propio James Dean, lo que debe de haber beneficiado significativamente el trabajo de James Franco, quien está admirable a pesar de los términos de la producción, típicos del medio televisivo. Por fortuna, la ardua relación entre Dean y su padre se halla en el centro de todo, y las mejores escenas son, adecuadamente, aquéllas en las que Michael Moriarty interviene; su interpretación es tan persuasiva como la que lo reveló a las grandes audiencias en "Holocaust" (1978), una excepcional miniserie para la televisión.
En la escena, Franco y Sam Gould en el rol de Martin Landau.
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